domingo, 27 de marzo de 2011

Lectura dominical

Glass of wine -  T Didriksen



Aproximación a una copa de vino tinto 
por  Jorge Wagensberg



Todo empieza con una fusión termonuclear en el sol. De ella surge una radiación isótropa que se  propaga por el espacio. Algunos de estos fotones viajan directos hacia nosotros e irrumpen en la  atmósfera terrestre poco menos de diez minutos después de salir el sol. Con un poco de suerte,  alguno de estos paquetes de luz sortean las nubes en línea recta y aterrizan en un campo donde  madura la uva. No todos dan en la planta, pero los que lo hacen transfieren su preciosa dosis de  energía a una  química ancestral, de miles de millones de años, que involucra a la clorofila. Comienza así uno de los milagros más admirables de esta parte del cosmos: la elaboración del vino tinto.

El gesto de acercarse una copa de reserva se puede parecer mucho al gesto de tender la mano a  una persona. Si el vino (o la persona) es conocido, la incógnita reside en el cómo estará hoy; si se  trata de un primer encuentro, entonces la experiencia se desarrollará más o menos como sigue.


El primer sentido que entra en juego es la vista. El vino primero se mira… como se mira la expresión de un rostro. Se mueve la copa para que la luz arranque diferentes matices, por reflexión y por refracción. Sólo por eso, el resto de los sentidos se despiertan, se interesan, se estimulan y hacen sus primeras predicciones. Antes de que una persona hable por primera vez, ya nos imaginamos su voz.  Antes de llevarnos la copa a la nariz ya hacemos inevitables apuestas sobre el olor, el tacto, el juego de sabores… Después el vino se huele. Y, con el olor, parte de las predicciones se confirman, pero otras fallan, leve o bruscamente, y entonces surge la sorpresa, una sorpresa esencial que dispara nuevas predicciones sobre, por ejemplo, el tacto, cuando los labios rompen el menisco del borde del líquido para mojarse en él. Primero se asimila la temperatura, luego la aspereza o sedosidad…

La aproximación del vino también se parece a la disposición para escuchar música. Interesa un delicado desequilibrio entre  lo predecible y lo imprevisible. El exceso de lo uno o de lo  otro puede dejar al cerebro sin función relevante que cumplir. Si la predicción es trivial el cerebro se aburre y se ofende. Le puede ocurrir a un melómano con una canción infantil, demasiado tonal y demasiado redundante. Ocurre cuando el primer contacto con un tinto desenmascara su simplicidad y precipita el primer sorbo directamente en un primer trago, sin matices ni preámbulos.  Si la predicción es imposible, entonces el cerebro  se sobresalta y se frustra. Le puede ocurrir a un melómano con la música dodecafónica o aleatoria. No hay nada más desagradable  y violento que tener toda la percepción dispuesta y afinada para recibir un sabor en la gama de los amargos y verse invadido a traición por un sabor dulce, aunque se trate del mismísimo néctar de los dioses.

Y así llega la hora de la verdad, el momento en el que dejamos entrar un sorbo para que se desparrame a sus anchas entre unas papilas, se  diría que en  estado prehistérico por la expectación adelantada por los otros cuatro sentidos. Todavía no hemos soltado la mano que estrechamos en la nuestra, todavía miramos la mirada de quien nos mira, todavía suenan las voces de la primera cortesía… y ya empieza la conversación. Con el intercambio de las primeras preguntas y respuestas, salta una confirmación por aquí, algo que corregir por allí, una sorpresa, una  decepción… Es un primer sorbo de vino convergen, por fin, dos complejidades colosales nacidas quizás en un mismo lejano día: la una con un rayo de sol en pos del planeta Tierra, la otra con un frenético espermatozoide en pos de un óvulo maduro. La colisión improbable de estos dos milagros resulta en un milagro aún más peligroso. Es entonces cuando ocurre la explosión en cadena. El universo físico del vino entra en deflagración simultánea con el universo fisiológico de todos los sentidos a la vez, el resultado de ésta en deflagración con el universo psicológico y el resultado de ésta en deflagración con toda la cultura acumulada hasta entonces y con la capacidad de investigación de quien sostiene la copa, o de quienes se estrechan la mano. Así es como algunos primeros sorbos se ganan un puesto vitalicio en la memoria.




Opinad opinad malditos! 



lunes, 21 de marzo de 2011

Ice Wine II


Harley James - http://www.compasscreative.ca/


Llega el invierno y por primera vez las temperaturas han bajado hasta los -8ºC: esta es la señal de inicio de la vendimia. La recolección es nocturna por lo que es imprescindible la lámpara de minero y los guantes para proteger tus manos del entumecimiento, aunque hagan tu tarea más complicada.  Y no vale cualquier uva, hay que seleccionar grano a grano y dejar para la siguiente helada los que no estén suficientemente congelados. Suele ser necesario realizar más de una pasada, ya que con las primeras nunca llega a cristalizar toda el agua contenida en las células de los granos de uva, indispensable para alcanzar una concentración de azúcar suficiente.
El ciclo congelación-descongelación al que estará sometido la planta, provoca que esta sintetice ácidos para bajar su punto de congelación: alta concentración de ácidos y azúcar son la causa de su gran longevidad en botella. Además, la cristalización del agua rasga la piel de la uva y libera componentes sápidos, que de otra manera quedarían ocultos. También se liberan antocianos durante este proceso, por eso el mosto resultante posteriormente  es de un blanco algo subido de color




La uva se prensa congelada y lo más rápidamente posible, incluso utilizando máquinas móviles en el propio viñedo, ya que cada grado de temperatura que se gana, la concentración de azúcar disminuye entre un 3 % y un 4 %.No conviene que la temperatura a la que se prense la uva sea demasiado baja, ya que puede llegar a suponer la rotura de la prensa. El prensado dura horas, ya que la fricción con el hielo hace subir la temperatura.
La fermentación no es menos complicada, el ambiente es hostil para las levaduras fermentativas (alto contenido  en azúcar, ácidos y otras materias sólidas), estas se defienden frente a la alta presión osmótica produciendo glicerol, responsable de la alta untuosidad en estos vinos.
Después de concluir la fermentación, el vino continúa los procesos normales de elaboración.


domingo, 13 de marzo de 2011

Ice Wine




Hibernalis, concepto de packaging de vino de hielo.Stéphanie Malak





1794 Franconia, región sur de Alemania. Los agricultores están inquietos, es tiempo de vendimiar y el edicto del obispo autorizándolo no llega, cada día que transcurre la pérdida de cosecha aumenta. Malas noticias: el prelado ha fallecido y a su sucesor no se le espera hasta el Enero siguiente. La uva pasará todo el invierno en la planta, las esperanzas de obtener una buena cosecha disminuyen. Lo previsto, apenas una décima parte es aprovechable al comenzar al año. La uva se recoge y se prensa congelada, la fermentación del mosto es complicada y lenta. Llega el momento de catar el nuevo vino y  sorpresa: el producto resulta sabroso, aromático, dulce y de acidez intensa. Este accidental hecho constituye el primer testimonio de la elaboración de un vino de hielo.
Hasta la década de los 80 del siglo pasado no comienzan a elaborarse de manera seria este tipo de vinos. Se empieza entonces a hablar de vino de hielo, Eisswein (Alemania) o Icewine al vino obtenido de  uvas congeladas de forma natural en la planta.